
Un levantamiento sin precedentes sacudió Nepal el 8 de agosto, desencadenado por una controvertida ley que restringía el acceso a redes sociales como Facebook, WhatsApp, X e Instagram.
Lo que comenzó como una manifestación de la «Generación Z» rápidamente escaló, atrayendo a personas de todas las edades a las calles, quienes expresaron una furia palpable ante las medidas gubernamentales. La situación se desbordó de tal manera que numerosos políticos buscaron la huida, utilizando autos y helicópteros en un intento desesperado por evadir la ira popular que se cernía sobre Katmandú.
Los manifestantes no solo irrumpieron en el Parlamento de Nepal, sino que lo incendiaron casi por completo, convirtiendo las sedes del poder en llamas vivas, una imagen que rápidamente se viralizó.

Esta acción marcó el inicio de una escalada de violencia que se extendió a otros edificios gubernamentales de la zona, todos ellos consumidos por el fuego en una clara demanda por la renuncia del primer ministro y el colapso de lo que consideraban un régimen comunista que había llegado a su límite. La indignación también se dirigió hacia los medios de comunicación, con las oficinas del principal periódico del país siendo incineradas por manifestantes que clamaban estar hartos de la desinformación.
El costo humano de esta rebelión fue desgarrador, con al menos 19 jóvenes que perdieron la vida y más de 500 personas resultaron heridas, cifras que, se temía, podrían aumentar si la inestabilidad persistía. La creencia de que una restricción digital pudiera encender una chispa tan destructiva, llevando a un golpe de estado y a la violencia vista, parecía en un principio inverosímil para algunos observadores, superando en ocasiones la ficción y revelando una profunda radiografía social sobre la función de las plataformas digitales en la vida moderna.